El contexto socio político nacional y el debate electoral trajeron consigo discusiones en torno a la (in)seguridad, el rol del sector público y la economía. De esta última, particularmente la inflación y la dolarización son los temas más recurrentes. La inflación, aunque discutamos sus orígenes, la sufrimos en primera persona cuando vamos al supermercado. Pero a la dolarización ¿quién la entiende?
No hay dudas de que los debates en torno a una posible dolarización en Argentina tienen hoy agenda pública dada su inclusión en el plan de gobierno del candidato presidencial libertario Javier Milei, el más votado en las PASO. Es cierto que es un tema cuyo entendimiento requiere un conocimiento específico y altamente técnico y en general los espacios de los medios de comunicación son muy escuetos como para dar lugar a sendas explicaciones que el caso merece. Más aún se espera que los siguientes párrafos brinden al lector algunas aclaraciones y ámbito de reflexión para abordar el tema.
Primero lo primero. La propuesta de dolarización es un medio, no un fin en sí misma. Lo que se plantea es brindar a la sociedad argentina una nueva institucionalidad que augure una estabilidad monetaria de largo plazo y la mayor certeza de que dicha regla no pueda ser revertida. En relación con el primer punto es preciso mencionar que el sector público nacional -así como también provincias y municipios- tiene la (mala) práctica presupuestaria y política de gastar por encima de los recursos que genera (básicamente conformado por los tributos que cobra). Esta frecuente situación conlleva la necesidad de financiar los déficits, ya sea a través del aumento de la presión impositiva, el endeudamiento interno o externo, el otorgamiento de préstamos del Banco Central (emisión monetaria) o combinaciones de todas las anteriores. Cuando los déficits son reiterados, la confianza en el sistema se rompe. Tarde o temprano llega el momento donde ya no se puede subir más los impuestos, los mercados cortan el crédito y la emisión monetaria se torna el último recurso disponible. Si bien no es objeto de este escrito, el relato concluye, como en el caso argentino, con un exceso de oferta de moneda en la calle, es decir más pesos que los que la gente y la actividad económica demandan, y esto desemboca en un círculo vicioso inflacionario, con el consiguiente correlato de aumento de pobreza y erosión del sistema institucional. En alusión al segundo punto, es menester explicar que dicho circulo dañino podría ser detenido como quien atraviesa un palo en la rueda de una bicicleta. Sería este el caso de un contexto institucional óptimo, donde un Banco Central independiente se negara a ser el prestamista de última instancia de los sucesivos gobiernos que buscan monetizar sus déficits, obligándolos así a mantener la disciplina fiscal; y a incitarla a su vez, a los sub soberanos. Es sobre este punto donde se para el planteo de la dolarización. Los hechos demuestran que desde la creación del BCRA en 1935, y particularmente desde su nacionalización en 1946; el mismo ha reiteradamente carecido de independencia del poder político; siendo entonces partícipe necesario para convalidar los procesos de sobre expansión monetaria a instancia de los poderes de turno. Visto los antecedentes, el régimen de dolarización se propone como una regla nueva que imposibilita el financiamiento monetario sucesivo del déficit, y es a su vez lo suficientemente dura (o al menos así se la expone) como para que su reversión sea un hecho político (casi) imposible. En cuanto al éxito o fracaso de una dolarización oficial en Argentina, nada puede aseverarse y todo puede opinarse; básicamente porque este hecho de política económica nunca fue practicado en nuestro país; a pesar de que muchos lo comparen con la convertibilidad peso-dólar instaurada por ley en los años ’90; institución que funcionó como una caja de conversión heterodoxa y que mucho dista de esta nueva propuesta. Ahora bien, los ensayos teóricos nos permiten aproximar algunas conjeturas.
La confianza lo es todo. El mismo programa, la misma receta, los mismos actores; sin embargo el resultado no será el mismo si la confianza de los agentes económicos (empresas, familias, gobernantes) no es la misma. El mejor programa económico puede sucumbir ante la falta de confianza de la sociedad en quienes lo llevan adelante. Un programa de dolarización como el propuesto, además de deber contar con solvencia técnica; sólo será exitoso si la gente así lo percibe, observa consistencia en su aplicación, genera un vínculo de confianza con sus líderes. Si bien la pericia de los gobernantes es fundamental, con frecuencia también juega diosa Fortuna; entendida en este caso como un hecho exógeno al modelo, que pueda favorecer (o complicar) la aplicación del programa.
Lo que se pierde. Con frecuencia se hace referencia a que la dolarización implica una pérdida de soberanía así como la imposibilidad de ejercer la política monetaria. El concepto de soberanía es muy amplio y profundo; merece una discusión que aquí no se alcanza. Referente al aspecto cultural no hay dudas de que el impacto sería fuerte al exponernos los argentinos a institucionalizar nuestras relaciones con un signo monetario controlado por un poder extranjero y siendo súbditos del señoreaje que éste quiera imponer. En atención a la pérdida de control sobre la política monetaria; pues es eso justamente lo que se pretende de la dolarización. Supone una sociedad incapaz de sostener una política monetaria saludable, pues entonces nos quita la botonera de controles de las manos; presumiendo un mal menor; con relación al daño generado por una política de emisión monetaria descontrolada. Ambos son puntos opinables, tanto desde la posición de ciudadanos como de técnicos calificados. No hay una postura que triunfe sobre la otra. Hay medios y fines. La opinión de este autor es que la soberanía monetaria no se declara, sino que se ejerce cuando la sociedad adopta reglas monetarias claras y transparentes que preservan el valor de la moneda y facilitan los mecanismos de ahorro-inversión. Lo demás es saraza (sic)
Los salarios en dólares serán miserables. ¿pues acaso no lo son ya? A tipo de cambio libre el salario mínimo del mercado formal en Argentina ronda los USD 155, y una jubilación mínima los USD 120. Lo cierto es que la dolarización per se no cambiará el salario real de la economía. El impacto dependerá de las modificaciones que puedan ocurrir (o no) sobre el mercado de trabajo, las reglas de juego del mundo empresarial, la apertura a los mercados y la respuesta final del nivel de actividad. Como regla general, una economía que crece y acumula capital, es una economía que paga mejores salarios rales, sea en pesos, dólares o euros.
Así las cosas, el debate en torno a una posible dolarización oficial lejos está de acabarse y opiniones hay de todos los colores, particularmente verde. Sí hay una certeza, y es que esta discusión se ampara en una realidad económica lamentable que sumergió al 40% de los argentinos en la pobreza, resultado en gran parte de la falta de estabilidad fiscal y monetaria.
Por Federico G. RAYES
Fueguino. Director de la consultora @ecotono.ec y profesor de economía en la UNTDF.