Mientras los números oficiales dan cuenta de una tendencia a la disminución en el número de casos confirmados de Covid-19, el país asciende sin pausa en otro ranking más preocupante: el de muertos por millón de habitantes (mortalidad). Si se dejan de lado dos microestados con poblaciones minúsculas (Andorra y San Marino), según estadísticas internacionales como las que actualiza diariamente el sitio ourworldindata.org, la Argentina (con 781,2 muertos por millón) ocupa el cuarto lugar (después de Bélgica, 1.221; Perú, 1.066; y España; 871). Y el segundo de América latina (después de Perú y superando a Brasil, 779; Chile, 773; y Bolivia, 757). Según la Universidad Johns Hopkins, estas cifras son 1252,2 para Bélgica, 1101,3 para Perú, 872,6 para España y 796,4 para la Argentina. En esta base, Brasil figura con 791,5; Chile, con 791,2, y Bolivia, con 778,7.
Estos resultados son difíciles de explicar si se tiene en cuenta que incluso naciones que optaron por no restringir las actividades y la movilidad (o hacerlo en pequeñas dosis) hoy presentan menor mortalidad. No se debe a la biología del microbio. «El virus es el mismo; lo que cambian son las políticas, las restricciones, las actitudes de la población, y los organismos de gestión y control», subraya el virólogo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y la Universidad Nacional de Córdoba, Humberto Debat.
Especialistas de distintas disciplinas lo atribuyen no a un único hecho, sino a una serie de factores articulados entre sí y que no se reducen a las estrategias sanitarias, sino que incluyen el clima, el comportamiento social y la comunicación.
Estadísticas imprecisas
La comparación con América Latina puede no ser muy exacta, porque en aquellos países donde el sistema de salud se saturó, las muertes no se cuentan con precisión. Incluso en España, las fuentes oficiales no incluyen las muertes en el domicilio, porque son decesos de personas sin diagnóstico confirmado.
«Al analizar la mortalidad por exceso en Ecuador, Brasil, Perú y Bolivia, se vio que había muchas muertes de menos -explica el bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba, Rodrigo Quiroga-. No tenemos estadísticas argentinas de exceso de muertes, sin las cuales es difícil comparar, pero es muy probable que, en realidad, otros países de América Latina tengan mayor mortalidad que nosotros».
Pero todos coinciden en un punto: no hay dudas de que la alta mortalidad se debe a que se contagiaron muchas personas y no a deficiencias de los médicos. «Dado el número de casos detectados, era esperable esta cantidad de fallecidos -subraya la ingeniera Soledad Retamar, del Grupo de Investigación en Bases de Datos (GIBD) del Departamento de Ingeniería en Sistemas de Información de la Universidad Tecnológica Nacional, Concepción del Uruguay-. Llevamos ocho meses de contagios, la curva se volvió más aplanada que en otros países, pero no se logró ‘aplastar’ y eso implica muertes. En otras partes tuvieron el pico muy pronto y más pronunciado, pero luego bajo drásticamente la curva. Destaquemos que la mortalidad dentro del país no es uniforme, y aunque no es correcto comparar de este modo, la Ciudad de Buenos Aires, Tierra del Fuego, Buenos Aires y Jujuy, todas superan la general de Perú».
El viceministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires, Nicolás Kreplak, tiene algunas hipótesis para explicarlo. El alto índice de mortalidad, afirma, podría desprenderse de que su jurisdicción es uno de los principales conglomerados urbanos del mundo. A eso se le suma que aquí la pandemia llegó a comienzos del otoño, con lo cual atravesó todo el invierno, mientras que el virus aterrizó en Europa semanas antes de la primavera. «La información habrá que analizarla cuando termine la pandemia», sugiere.
«Los números son provisorios. Estamos a mitad de la carrera y hay que ver cómo termina -coincide un infectólogo que trata diariamente a pacientes con la enfermedad en un importante hospital de la Ciudad y prefiere no revelar su nombre-. En Europa van a vivir un invierno con la enfermedad en momentos en que nadie está dispuesto a hacer el aislamiento ya pasado».
Cada provincia «hizo lo que quiso»
Pero si se trata de mencionar políticas que no arrojaron el resultado esperado, dice que «hubo una tendencia a no confrontar y cada provincia ‘hizo lo que quiso’. No puede haber tal heterogeneidad como para que cada jurisdicción decida a quién testear y a quién, no», opina.
Para el químico analítico de la Facultad de Ciencias Exactas e investigador del Conicet, Roberto Etchenique, estos números son los esperados por la letalidad de la enfermedad. «Al decidir no intentar suprimir los contagios (‘aplastar la curva’), sino solo moderar la velocidad (‘aplanar’), el número de muertos por millón queda definido desde el principio, y por eso pudimos advertirlo cuatro meses antes de que llegáramos a la cima -afirma-. Cómo hacer para ‘aplastar’ depende de cada país y sociedad. En España e Italia, fue la combinación de cuarentena muy rígida (mucho más que acá) y temor. En Nueva Zelanda, rastreo y aislamiento. En Alemania, testeo y detección temprana. En Corea del Sur, geolocalización y búsqueda automática de infectados por proximidad. En Cuba, ventanas abiertas y personas con planillas en las esquinas de cada barrio. Acá, para mí, lo más eficiente hubiera sido usar los tests para detectar asintomáticos, y cerrar áreas como se hizo en Córdoba. No hay que olvidar que Córdoba y Rosario ‘aplastaron’ la curva, hasta que el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) los ‘incendió’ de nuevo».
«Gran parte de la mortalidad se debe a la meseta de altos niveles de casos que hubo en el AMBA porque se iban relajando constantemente las restricciones y cuidados -subraya Quiroga-. Algo similar está pasando ahora en Córdoba y Santa Fe. La cantidad de fallecidos de la Argentina es producto de errores de gestión y fenómenos sociales. Cuando hay muchos casos, es necesario mantener las medidas de restricción durante un poco más de tiempo hasta que desciendan».
Quiroga agrega que en la última semana se registró un aumento leve de casos en ocho barrios de CABA (Balvanera, Boca, Colegiales, Constitución, Nuñez, Palermo, Parque Chacabuco y Villa Urquiza), y en Córdoba y Rosario dejaron de bajar. «Es peligroso», advierte.
También para la socióloga e investigadora del Conicet Sol Minoldo, asesora del Centro de Operaciones de Emergencia cordobés, aunque en algunas localidades el sistema estuvo al límite, no se llegó a una situación de colapso.
«Si bien en casi todo el territorio nacional habíamos alcanzado una bajísima cantidad de casos, no se consiguió reducir la transmisión en el AMBA y eso de alguna manera marcó el destino de todo el país», reconoce. Entre los talones de Aquiles de las medidas de control, Minoldo menciona falencias en la detección temprana, virtual inexistencia de rastreo de personas asintomáticas, falta de instrucciones para evitar el contagio dentro del hogar y de asistencia frente a necesidades que impidieran cumplir el aislamiento.
«Fueron pocas las jurisdicciones que enfatizaron estas estrategias, mientras las directivas nacionales se centraban en detectar Covid en sintomáticos, y consideraban como algo secundario el rol en la transmisión de las personas asintomáticas y presintomáticas», observa.
El papel de la comunicación
«Naturalizamos el número de fallecidos y cuando llegamos al pico máximo que parecemos haber pasado, el tema no tuvo presencia mediática que promoviera los cuidados en la sociedad», apunta Quiroga.
Minoldo comparte esa visión: «Que la propia gestión sanitaria minimizara el papel en la transmisión de personas sin síntomas -subraya- reforzaba la idea de que no tenía sentido cuidarnos de no contagiar a otros si nos sentíamos bien. No solo no hubo buenas estrategias de comunicación, sino que se transmitieron mensajes en el sentido opuesto, como cuando los principales referentes políticos incumplen todas las medidas en una sola foto«.
Para el sociólogo Daniel Feierstein, los ingredientes del cóctel mortífero fueron la fuerte desigualdad común a todos los países latinoamericanos, el hacinamiento en las grandes ciudades, deficiencias estructurales de los sistemas de atención, devastación del sistema de salud, incapacidad para diseñar sistemas eficaces de trazabilidad (rastreo y aislamiento de casos) por haber asumido una mirada que priorizó el nivel de emergencia (camas y respiradores) por sobre la prevención o la necesidad de suprimir la presencia del virus. También menciona «la inexistencia de campañas de reducción de daños, lo que llevó a que la población no tenga indicaciones claras acerca de cómo desarrollar sus acciones cotidianas en un nuevo ámbito de cuidados -puntualiza-. Y la incomprensión de que la secuencia de contagios responde a comportamientos sociales por una confianza errada en que ‘los picos se dan y luego bajan'». Y más adelante agrega: «Los mensajes tranquilizadores jugaron su efecto disolviendo el miedo de la población, algo que cobró nueva fuerza con las esperanzas en la llegada de vacunas y la baja de casos ocurrida estas semanas».
«Es necesario implementar políticas de reducción de daños que no se están comunicando oficialmente -afirma el infectólogo porteño-. No puede ser que el mensaje sea ‘quedate en tu casa’ o ‘salí y hacé lo que se te antoje’. ¿Qué quiere decir ‘ambientes bien ventilados’ o ‘seguí cuidándote’? ¿Qué habría que hacer en las oficinas, en los negocios? Por ejemplo, habría que repartir barbijos gratis, es mucho más barato eso que tener que hospitalizar a una persona. La información tiene que llegar a todos, no solo a los preocupados por cuidarse«.
El verano nos puede jugar a favor y es una ventana de oportunidad que no deberíamos perder para intentar estrategias prometedoras. «No creo que se haya hecho todo mal -concluye el especialista-. Y estamos a tiempo de corregirnos».
Por: Nora Bär
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